No ha sido el cielo de Río de Janeiro sino el suelo el que se ha teñido hoy de negro, con la asistencia de unas 100.000 personas vestidas de este color para reverenciar, en la tercera jornada del Rock in Rio, a tres dignos representantes del heavy metal: Slipknot, Metallica y Motorhëad.
La oscuridad, el nihilismo y el desamor han pervertido la optimista idiosincrasia del mayor festival musical del mundo gracias al tradicional "día del metal" de su programación, que apenas ha contado con salvedades como la del DJ Steve Aoki y que ha tenido como principal reclamo a la banda de James Hetfield.
Recién llegados de su colaboración discográfica con Lou Reed, un proyecto de raíz literaria y expresionista llamado "Lulu", Metallica ha vuelto por sus fueros con un concierto de rock enérgico y contundente.
El grupo ha realizado un repaso a su carrera, que se inició a principios de los 80 dentro de la agresiva y rápida línea del "trash metal" y que fue evolucionando hacia terrenos del gusto de un público más mayoritario, lo que les reportó a la larga nueve premios Grammy y grandes éxitos como "Nothing Else Matters".
De sus nueve discos de estudio, cinco de los cuales lograron debutar en el número 1 de ventas de EEUU, hoy ha vuelto a brillar aquel al que pertenecen ese y otros muchos bombazos, "Metallica" o el álbum negro, su conversión al "mainstream" y el trabajo más vendido de la historia de la música de los últimos 20 años.
No podía ser por ello de otra forma y, junto a reliquias de culto como "Seek & Destroy", broche del concierto, "Creeping Death" o "Master of Puppets", Metallica ha incorporado a su repertorio clásicos de aquel disco como "Enter Sandman" y la misma "Nothing Else Matters".
Antes que ellos, otras bandas habían hecho temblar ya los cimientos de la Cidade do Rock con sus punteos explosivos.
Después de la notable actuación de Sepultura en el escenario "Sunset" con Tambours du Bronx, ha sido el turno de otro grupo legendario, los británicos Motorhëad, con el carismático Lemmy al frente, el único miembro original que queda entre sus filas.
Había espectación por ver a Lemmy desenvolverse en este foro, rodeado de músicos más jóvenes, que le deben la revitalización que grupos como el suyo llevaron a cabo a finales de los años 70 en los páramos más extremos del rock, tras el declive de la vieja guardia liderada por Led Zeppelin y Deep Purple.
Motorhëad ha demostrado que lo suyo es un rock bronco de los de antes, con percusión musculada, ametralladoras en lugar de guitarras y humo a raudales.
El humo se ha tornado en fuego con la llegada de los estadounidenses Slipknot, un grupo nacido en los años 90, que ha llegado aquí tras la importante pérdida el pasado año de uno de sus fundadores y principal compositor, el bajista Paul Gray.
"¿Estáis listos para volveros realmente locos con nosotros?", ha gritado en medio de la actuación su cantante, Corey Taylor.
Provistos de sus características caretas sacadas de un remedo de "La matanza de Texas", la banda ha desatado la histeria con sus distorsiones esquizoides bañadas en punk, que a ratos suenan apocalípticas, a ratos paradójicamente marciales y que, finalmente, a ratos recuperan cierta cordura melódica, mal que les pese.
No todo acaba aquí para el metal en Río de Janeiro, pues el festival contará con un epílogo en el último fin de semana con la participación de otra banda legendaria del rock, Guns N' Roses, así como la de los más recientes Evanescence y System of a Down.
Hasta entonces, será mejor que los responsables del Rock in Rio cierren las compuertas del infierno, sitas probablemente en los baños del recinto, desde las que hoy se ha filtrado toda la esencia del Averno en forma de lagunas pestilentes.
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