domingo, 11 de septiembre de 2011

FESTI JAZZ

El pianista norteamericano Eric Bird se puso de pie. Con suaves ademanes logró aplacar los aplausos con los que el público que llenaba el Teatro Municipal premiaba las interpretaciones de su trío. Quería hablar. Dijo (alguien debe recordarlo) que una de las magias del jazz es que construye comunidades. Comunidad de músicos, comunidad de músicas, comunidad con el público. Dijo que, esos días, en La Paz, esa comunidad le había ayudado a sobrellevar el dolor que sentía ante la destrucción, destrucción para la que no tenía palabras. Era el 12 de septiembre del 2001.

Un día antes, hace exactamente 10 años, las Torres Gemelas de Nueva York, en la patria del músico, habían sido estruendosamente demolidas.

Ese 12 de septiembre del 2001 se levantó el telón del Festival Internacional de Jazz de La Paz. La cartelera ofrecía seis grupos internacionales (finalmente no llegó el ensamble Calle Caliente de España, los aeropuertos del mundo habían colapsado) y otros tantos nacionales. Era ya, para entonces, un festival que podía escribir su nombre con mayúsculas. Tenía una historia.

Ese recuerdo dispara la memoria de Wálter Gómez. El músico y gestor cultural recuerda que la aventura comenzó en 1990, con un encuentro de elencos nacionales de jazz y bossa-nova promovido por él, Édgar Bustillos y los músicos que integraban sus respectivas agrupaciones: Zembu y Latinjazz. Recuerda también que en sus primeros años, con dificultades e interrupciones, la idea no dejó de crecer y que finalmente hizo su camino.

Hoy, en su versión 2011, que estos días está en pleno desarrollo, el Festijazz logró reunir a 16 agrupaciones de Alemania, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Dinamarca, España, Estados Unidos y Francia. Los conciertos se realizan en cinco escenarios (el Teatro Municipal, el Hotel Torino, el pub Thelonius, la Feria Dominical de El Prado y el Teatro Cumpa de El Alto) y por primera vez se lleva a cabo simultáneamente en la ciudad de Santa Cruz. El año pasado, en reconocimiento a sus 20 años, el Gobierno Municipal de La Paz lo declaró patrimonio cultural de la ciudad.

El corazón de un festival es, sin duda, su cartelera. Pero en torno a los conciertos se desarrollan procesos paralelos. Para Boris Vásquez, actual director del Festijazz y reconocido fagotista y saxofonista, a lo largo del tiempo, el festival ha creado un espacio para el desarrollo de los músicos locales dedicados a este género. “El jazz”, dice, “es armónicamente complejo. Esta exigencia ha hecho que de por sí los músicos dediquen más atención al estudio y más tiempo a la práctica. El nivel musical ha mejorado en general”. Y para medir esa mejora, año con año, el Festijazz es el escenario para el debut de nuevas agrupaciones integradas, en general, por músicos jóvenes. Ese desarrollo está relacionado con una de las tradiciones del Festijazz: los músicos invitados, además de sus presentaciones públicas, dan clases magistrales y talleres a los que asisten los músicos locales interesados y, sobre todo, los estudiantes de música.

Pero los festivales tienen también otra función importante: forman un público. Y la creación de un público amante del jazz ha estado desde sus inicios en el horizonte del Festijazz.

En el criterio de Nicolás Peña, productor y conductor del programa radial especializado en jazz La quinta disminuida que se emite por radio Deseo, ésta es la dimensión más importante del Festijazz. “Es un gran esfuerzo”, dice, “que tiene grandes resultados en la sensibilización de la gente con una música. Esa sensibilización es fundamental para que el jazz te toque el alma. Desde ese punto de vista, el Festijazz me parece fantástico y es una actividad que hay que seguir impulsando”.

Desde la perspectiva de la gestión cultural, un asunto siempre difícil en la actividad cultural en Bolivia, para la consolidación del Festijazz fue determinante el establecer una agenda con una fecha fija, que sirva de referencia para los músicos nacionales y extranjeros. Sobre esa base, recuerda Wálter Gómez, fue posible logar que el apoyo que dan a la actividad musical algunas representaciones diplomáticas se concentre en un solo evento. Así, septiembre es sinónimo de jazz en La Paz.

Y en ese panorama dinámico y prometedor, ¿es posible que se desarrolle algo que, desde el punto de vista creativo, pueda llamarse jazz boliviano? Al respecto, Nicolás Peña es enfático: “No hay jazz boliviano, como tampoco hay hay jazz alemán o jazz sueco. Lo que hay es jazz tocado por músicos bolivianos, alemanes o suecos, que utilizan esencias de su folklore y de su cultura para expresarse”.

Eso es, quizás, lo que hace que esa música nacida en la cultura negra de Estados Unidos se haya universalizado. Cada músico puede poner lo suyo.  Desde hace años, el Festijazz permite al público esa experiencia: el jazz universal pero con muchos colores y sabores distintos.

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