En medio de un panorama tan desabrido como decepcionante, en ese sueño eterno que acompaña a Gustavo Cerati, en medio del peor momento del rock argentino, ha sido reconfortante el surgimiento de un cantautor capaz de remontar el marcador. Se trata de Lisandro Aristimuño, quien ha realizado quizá el mejor disco del rock argentino de los últimos años y en pocas semanas actuará en La Paz.
Cuando decimos "cantautor”, inmediatamente se nos viene a la mente Silvio Rodríguez y varios nombres que han girado siempre sobre su influencia. Lisandro es un cantautor lejano a esa figura y sólo encaja en el término en la medida en que es autor de todo su material, es un músico de rock con eclécticas raíces con las cuales ha desarrollado un sonido muy propio y novedoso.
Y cuando decimos "argentino”, por la historia y el protagonismo siempre imaginamos al típico porteño del Obelisco y Corrientes. No es el caso de Lisandro, él es una excepción. Nacido en Viedma, provincia de Río Negro, me imagino que debe ser uno de los pocos rockeros exitosos que ha dado la Patagonia. Y ese ámbito es determinante para apreciar su música, que tiene mucho de viento frío, de una geografía inmensa que le dicta una base telúrica y a su vez cósmica y a la cual le suma luego todos los matices que provienen del rock y la electrónica.
Las canciones de Lisandro Aristimuño tienen mucho de folklore sin que pueda ser catalogado en el género, lo suyo está hecho con canciones propias y auténticas, pero, eso sí, con un exquisito uso de buenas influencias, como las que ha dejado Radiohead, Björk, el buen rock de los 90 y, claro, esa piel determinante que es el rock argentino clásico con nombres inevitables como Spinetta, Charly, Fito y los últimos grandes como Soda y Divididos.
Mezclando todas estas influencias, Lisandro cocina su propia obra, con todos los ingredientes que le vienen faltando al rock argentino: originalidad, innovación, profundidad y autenticidad.
Nacido cuando Argentina se hiciera del Mundial de fútbol del 78, Lisandro se amamantó de arte gracias a sus padres teatreros y amantes de la música. Dice él que creció escuchando Philip Glass, Miles Davis y rock clásico, por lo que resultó lógico que a los 14 años se hiciera músico, engrosando luego la enorme lista de músicos de cóvers.
En 2001, a sus 23 años dio el gran salto, dice él por amor, y se fue a la gran capital, a Buenos Aires, a enfrentar toda su magnificencia, su estrés, su inseguridad y su apabullante belleza, la que inicialmente hasta lo enfermó. Tres años después fue capaz de fabricar su arma musical para hacerle frente. En 2004 editó su primer disco, Azules turquesas, un retrato íntimo sin concesiones y que por eso mismo llamó la atención, en medio del ya mencionado "bobosónico” panorama del rock argentino. Le siguió un año después Ese asunto de la ventana y luego 39 en 2006, una notable tripleta sobresaliente, por donde se lo vea, de melodías, textos, arreglos, instrumentación; dicho de una vez: una propuesta.
Con esa cancha ganada, Lisandro pasó a jugar de titular en el rock argentino con Las crónicas del viento de 2009, un álbum doble que se ganó el premio Gardel (el Grammy argentino) por mejor disco de rock/pop alternativo.
Y cuando se logran estos reconocimientos, los siguientes trabajos se ponen cuesta arriba ante el riesgo de la comparación, por sonar repetido o muy diferente a lo que ya gustó. Sin embargo, en 2012, Lisandro sorprendió con Mundo anfibio, no sólo su mejor disco, sino el mejor de rock alternativo (nuevamente) en los premios Gardel, además de la nominación al Grammy Latino. Yo me animo a ir más allá y no dudo en calificarlo como el mejor disco de rock argentino de la última década.
Mundo anfibio, con un sonido fresco, ambicioso y sorprendente, no tiene desperdicio, no hay rellenos, cada canción está perfectamente construida dentro de un rock contemporáneo y a su vez eficaz en el licuado de sonoridades e influencias.
Cuenta con invitados de lujo: el potente Ricardo Mollo, de Divididos; la soberbia Hilda Lizarazu y su colega del alternativo Boom Boom Kid, para 11 canciones que pretenden dibujar musicalmente una caótica metrópoli asfixiada, como él parece respirar la Argentina de hoy y del mundo mediático que le ha tocado describir. "El mundo alrededor se quedó sin testigos, la prensa se olvidó contarlo en su titular, la nube de calor no dejó ver el camino.
Cadena de montaje, presagio para el funeral”.
Viene de la Patagonia, con una mochila cargada de buenas canciones y excelentes discos, viene el 24 y 25 de abril y se hospeda en el Teatro Municipal. Viene Lisandro Aristimuño para contarnos del "mundo anfibio” y será una gran oportunidad para sacar la cabeza y respirar aire fresco.
Lisandro Aristimuño creó quizá el
mejor disco del rock argentino
de los últimos años y en pocas semanas actuará en La Paz.
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