Fito Páez no venía a La Paz desde 1995; aquella vez llegó con un elenco impresionante como parte de la gira Circo Beat, que lo posicionó en los escenarios latinoamericanos. En esta oportunidad, llegó para realizar dos conciertos: uno en solitario en el Teatro Municipal, el jueves 12, y otro con toda su banda como parte del festival Rock La Paz, el viernes 13 en el Teatro al Aire Libre. En las dos noches, Fito Páez se entregó con altura artística.
El jueves inició el recital con una canción poco conocida del disco Rodolfo, un disco poco laureado y poco querido, incluso por los fans. Esto no impidió que la gente cante a coro. En realidad, así fue la noche: fans cantando a viva voz incluso por encima del sonido amplificado del piano y del mismo Fito, quien muy rápidamente entró en confianza y disfrutó de los coros, al punto de pedirlos en 11 y 6 y otros clásicos.
Fito mostró primero, y por sobre todo, que la música es un lenguaje que puede hablar todo el mundo aunque no sepa diferenciar un do de un sol. Tomó lo más sublime y avanzado (técnica y teóricamente) de la música y lo puso al servicio de las melodías más hermosas y llevaderas.
Su piano gozaba con la tensión y distensión armónica. Ese piano fue a un Spa llamado Fito Páez, y salió como si lo hubieran hecho de mantequilla y no de madera; más que como un instrumento de percusión, sonó como un bombardeo de caricias. Y así nos sentimos todos que entre coro y coro, callábamos para apreciar la dulzura y locura de este hombre y su piano.
Se nota que hace tiempo Fito vive en dos dimensiones. Una, muy breve, en la que camina, come y tiene hijos como todos, y otra, la más extensa, en la que desayuna con un do menor y sol sostenido y luego toma café con un fa mayor... y así se pasa el día y la vida.
El viernes, la historia fue otra. Se vio a un Fito algo enfermo, que tuvo dificultad para levantar la voz como sabemos que levanta. Pero, ojo, esto no equivale a desafinar, siempre estuvo en tono. Como intento de cantante que soy, debo decir que es muy diferente cantar con la humedad relativa paceña que con la de Buenos Aires o Santa Cruz.
Yo fui a ver qué podía ofrecerme Fito, luego de aquella magnífica noche del jueves. Y quedé deslumbrado; su versatilidad y capacidad de moverse entre lo íntimo y lo reventado no tiene comparación. Repitió algunas canciones, como La rueda mágica o Ciudad de pobres corazones, pero las versiones eran tan diferentes que nunca sentí estar escuchando “lo mismo”.
Pero eso no fue todo. Fito dirige una banda de robots con alma que responden al movimiento de sus cejas y pueden ver el futuro. Tocó piano y guitarra y se desgarró buscando dejar huella en los asistentes. En mí, ya había todo un rastro que sólo quedaba soplar: gracias por ese aliento. Delgadillo dice: “Cuando al imbécil le mostraron la Luna, sólo pudo ver el dedo de aquél que se la mostró...”. Creo haber visto la Luna y creo que ella me vio.
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