La banda alemana Scorpions movilizó a miles de fans, técnicos, comerciantes en la escala paceña de su gira de despedida Get you sting and Blackout. Los rockeros hicieron gala de profesionalismo; Bolivia demostró que es plaza de espectáculos de primer nivel.
“Lo hemos hecho.. estamos en Bolivia, disfrutando de la altura”. Klaus Meine, cantante de Scorpions, saludó a La Paz rodeado de sus cómplices de 40 años de música: Matthias Jabs (guitarra), Rudolff Schenker (guitarra), Pawel Maciwoda (bajo) y James Kottak (batería) ¿Son sesenteros ? No se nota y menos en su rock que suena como portento, “igual que en los discos”.
La banda había llegado a La Paz el miércoles en un avión privado y en medio de un operativo de seguridad fue trasladada en automóviles Audi del aeropuerto de El Alto a el hotel Europa.
Allí esperaban a los rockeros ocho pisos, un equipo dispuesto a satisfacer sus deseos, cientos de fans y la prensa. En la conferencia, pese a la mala traducción, los Scorpions dejaron claro que carisma no les falta. “Esta ciudad quita el aire, pero no por la altura sino por su belleza”, dijo un diplomático Maine, Kottak brindó con cerveza nacional y Schenker prometió un concierto inolvidable en su despedida.
Confirmaron esas palabras los más de 25.000 espectadores que se dieron cita en el estadio Hernando Siles la noche del jueves. La mayoría había esperado durante horas, algunos incluso habían dormido en las aceras o llegado desde el interior. A las 21.00 muchos recobraban el aliento por la carrera obligada tras superar el férreo y lento control en la entrada. Las puertas tenían que haberse abierto temprano.
Pero de cara al megaescenario construído en la cancha del estadio ya nada importaba: Scorpions, la banda alemana maestra de heavy metal, la que logró armonizar la fuerza del riff con el romace de la balada, la mítica, la histórica, cantaba en vivo y directo. “He soñado toda mi vida con verlos”, dijo Juan Alberto Cruz, conteniendo la emoción de sus 40 años en una chamarra de cuero y sujetando una pancarta: “There is no one like you, Scorpions”, rezaba el cartel hecho con su trazo de arquitecto. A su lado, su hijo de 15 años daba brincos.
A las 21.20, apenas 20 minutos después de lo previsto, la banda se apropió del escenario y a partir de ahí Scorpions no dejó el mínimo lugar a dudas de su poderío musical.
“Finalmente lo hicimos, estamos aquí, Bolivia”, se presentó Meine y cantó A Sting in the tail y continuó con The zoo, Loving you sunday morning. Jab brillaba con el riff de su guitarra junto a un Schenker más serio, quizás más diestro. Maciwoda, correcto, se lucía en el bajo y, desde la altura de su batería, como rey que mira a sus súbditos: Kottak, el maestro Kottak.
Las largas colas habían desaparecido pero las inmediaciones del estadio seguían atestadas de gente: grupos de jóvenes y adultos escuchaban el concierto al calor de un combo; policías en cuadrillas corrían de aquí para allá y cientos de vendedores ofertaban comida, discos, poleras, souvenirs.
Enormes pantallas transmitían en circuito cerrado el recital dentro del Siles. Las tomas de los músicos se fundían con espectáculares efectos especiales e imágenes de video clips, de esos que se hicieron antes de que exista MTV.
A estas alturas, la banda ya había tocado una decena de temas. Entonces Meine tomó dos enormes banderas de Bolivia y Alemania y las ató con respeto en señal de hermandad, ante la aprobación unánime del público. Después, envuelto en la tricolor, cantó Send me an angel, Holy day y Wind Of Change. Una paloma blanca voló desde el escenario. El público de las rectas y las curvas se unió entonces en un potente coro: “¡Scorpions, Scorpions!”.
Cada uno de los músicos presentó un solo pero el que, a su turno, ejecutó a James Kottak hizo estallar a la multitud. Este enorme rubio revivió la historia de su banda con su batería e interactuando constantemente con la gente. “Kottak attack” decía la leyenda estampada en su polera que dio paso a un “You kick ass” en una segunda prenda. Pero el batero tenía más que decir y sus mensajes se desplegaban como cebolla. “Rock & roll for ever” se leía en su camiseta y cuando se despejó de ésta dejó ver las mismas palabras tatuadas en su espalda.
El público —desde adolescentes con pinta emo pasando por cuarentones ejecutivos, seguro salidos de la oficina, hasta veteranos rockeros que desempolvaron sus chamarras de cuero— estaba extasiado cuando la banda interpretó Black out y Big city nights mientras en la pantalla gigante se proyectaba en letras gordas: “La Paz”.
“Thank you, Bolivia”, gritó el cantante y la banda dejó el escenario. Ovaciones, gritos, cántaticos exigieron su retorno. “There is not one like you, Bolivia”, gritó Meine de nuevo en el escenario y dedicó su famoso tema There is not one like you. Las guitarra se lucieron, a continuación, en Rock you like a Huricane.
Faltaba aún el himno del romance de los 80. Maine cantaba a capela Still loving you cuando las puertas de cancha se abrieron y una multitud ingresó a empujones. Todos esperaban que la versión vocal dé paso a la balada completa; pero no. Scorpions cantó la primera parte y educadamente se fue: “Good bye, Bolivia”.
“¿No van a terminar la canción?”, se preguntaba incrédula Marisa Aponte, rockera de hueso colorado de 23 años, quien había venido desde Cochabamba. El público, resignado pero feliz, comenzó a irse. Eran las 23.10. Hubo aglomeraciones a la salida y cuentan que algún disturbio creció cuando la policía uso gases lacrimógenos. Lo cierto es que no se registraron mayores incidentes.
Hubo errores de organización, cierto, pero La Paz mostró que es plaza viable para grandes shows. Esta puerta la abrió Scorpions.
Operativo
La llegada
La banda alemana llegó el miércoles a La Paz y se presentó jovial a la prensa.
Recital
En Miraflores
Mr. Queen abrió. Scorpions cantó desde las 21.20 hasta las 23.10.
Pawel, en busca de la Pachamama
Carla Hannover-Iblin Linarez
“¿Qué es la Pachamama?”, preguntó el bajista de Scorpions... Una hora antes incrédulas observamos cómo Pawel Maciwoda se acercaba a nosotras. Eran cerca de las 23.30 del miércoles en el Hotel Europa y acabábamos de enviar la crónica de la conferencia de prensa que horas antes la banda alemana había brindado en La Paz.
Con un beso en la mano, el Scorpion amablemente nos saludó y nos invitó a tomar un shot de tequila dorado, su bebida favorita. “Quiero saber cómo se divierten en La Paz”, dijo. Minutos después, pese al pedido de su mananger de que no saliera, ingresábamos a la Costilla de Adán.
Curioso por el lugar, Pawel lo recorrió de principio a fin. “Este sitio se parece a uno que visité en Krakovia”, recordó el rock star. “Aquí no hay tanta contaminación ¿no? Se respeta el medioambiente, el equilibrio entre la naturaleza y la gente”, comentaba luego de practicar el brindis al estilo boliviano: “primero para la Pachamama y luego seco”.
A pocas horas de haber aterrizado en La Paz, Pawel estaba sorprendido por la euforia de los fans que fueron a recibirlos, a él y a su banda, al aeropuerto. “Aquí la gente es muy expresiva. En Alemania ya nadie hace eso. Puedo salir por la calle y soy uno más”, afirmó.
Durante la velada, respondimos sus curiosidades sobre el país y nuestras costumbres. “Hablando de ello les voy a enseñar cómo se brinda en Alemania”, comentó el bajista. Las horas habían pasado, cerca de las 03.00, Pawel se despidió llevándose algo del ajayu paceño y dejandonos una certeza: el Scorpions ya conoce a la Pachamama... y ella quizás lo adoptó.
A su paso por La Paz, Scorpions hizo historia
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La banda alemana Scorpions movilizó a miles de fans, técnicos, comerciantes en la escala paceña de su gira de despedida Get you sting and Blackout. Los rockeros hicieron gala de profesionalismo; Bolivia demostró que es plaza de espectáculos de primer nivel.
“Lo hemos hecho.. estamos en Bolivia, disfrutando de la altura”. Klaus Meine, cantante de Scorpions, saludó a La Paz rodeado de sus cómplices de 40 años de música: Matthias Jabs (guitarra), Rudolff Schenker (guitarra), Pawel Maciwoda (bajo) y James Kottak (batería) ¿Son sesenteros ? No se nota y menos en su rock que suena como portento, “igual que en los discos”.
La banda había llegado a La Paz el miércoles en un avión privado y en medio de un operativo de seguridad fue trasladada en automóviles Audi del aeropuerto de El Alto a el hotel Europa.
Allí esperaban a los rockeros ocho pisos, un equipo dispuesto a satisfacer sus deseos, cientos de fans y la prensa. En la conferencia, pese a la mala traducción, los Scorpions dejaron claro que carisma no les falta. “Esta ciudad quita el aire, pero no por la altura sino por su belleza”, dijo un diplomático Maine, Kottak brindó con cerveza nacional y Schenker prometió un concierto inolvidable en su despedida.
Confirmaron esas palabras los más de 25.000 espectadores que se dieron cita en el estadio Hernando Siles la noche del jueves. La mayoría había esperado durante horas, algunos incluso habían dormido en las aceras o llegado desde el interior. A las 21.00 muchos recobraban el aliento por la carrera obligada tras superar el férreo y lento control en la entrada. Las puertas tenían que haberse abierto temprano.
Pero de cara al megaescenario construído en la cancha del estadio ya nada importaba: Scorpions, la banda alemana maestra de heavy metal, la que logró armonizar la fuerza del riff con el romace de la balada, la mítica, la histórica, cantaba en vivo y directo. “He soñado toda mi vida con verlos”, dijo Juan Alberto Cruz, conteniendo la emoción de sus 40 años en una chamarra de cuero y sujetando una pancarta: “There is no one like you, Scorpions”, rezaba el cartel hecho con su trazo de arquitecto. A su lado, su hijo de 15 años daba brincos.
A las 21.20, apenas 20 minutos después de lo previsto, la banda se apropió del escenario y a partir de ahí Scorpions no dejó el mínimo lugar a dudas de su poderío musical.
“Finalmente lo hicimos, estamos aquí, Bolivia”, se presentó Meine y cantó A Sting in the tail y continuó con The zoo, Loving you sunday morning. Jab brillaba con el riff de su guitarra junto a un Schenker más serio, quizás más diestro. Maciwoda, correcto, se lucía en el bajo y, desde la altura de su batería, como rey que mira a sus súbditos: Kottak, el maestro Kottak.
Las largas colas habían desaparecido pero las inmediaciones del estadio seguían atestadas de gente: grupos de jóvenes y adultos escuchaban el concierto al calor de un combo; policías en cuadrillas corrían de aquí para allá y cientos de vendedores ofertaban comida, discos, poleras, souvenirs.
Enormes pantallas transmitían en circuito cerrado el recital dentro del Siles. Las tomas de los músicos se fundían con espectáculares efectos especiales e imágenes de video clips, de esos que se hicieron antes de que exista MTV.
A estas alturas, la banda ya había tocado una decena de temas. Entonces Meine tomó dos enormes banderas de Bolivia y Alemania y las ató con respeto en señal de hermandad, ante la aprobación unánime del público. Después, envuelto en la tricolor, cantó Send me an angel, Holy day y Wind Of Change. Una paloma blanca voló desde el escenario. El público de las rectas y las curvas se unió entonces en un potente coro: “¡Scorpions, Scorpions!”.
Cada uno de los músicos presentó un solo pero el que, a su turno, ejecutó a James Kottak hizo estallar a la multitud. Este enorme rubio revivió la historia de su banda con su batería e interactuando constantemente con la gente. “Kottak attack” decía la leyenda estampada en su polera que dio paso a un “You kick ass” en una segunda prenda. Pero el batero tenía más que decir y sus mensajes se desplegaban como cebolla. “Rock & roll for ever” se leía en su camiseta y cuando se despejó de ésta dejó ver las mismas palabras tatuadas en su espalda.
El público —desde adolescentes con pinta emo pasando por cuarentones ejecutivos, seguro salidos de la oficina, hasta veteranos rockeros que desempolvaron sus chamarras de cuero— estaba extasiado cuando la banda interpretó Black out y Big city nights mientras en la pantalla gigante se proyectaba en letras gordas: “La Paz”.
“Thank you, Bolivia”, gritó el cantante y la banda dejó el escenario. Ovaciones, gritos, cántaticos exigieron su retorno. “There is not one like you, Bolivia”, gritó Meine de nuevo en el escenario y dedicó su famoso tema There is not one like you. Las guitarra se lucieron, a continuación, en Rock you like a Huricane.
Faltaba aún el himno del romance de los 80. Maine cantaba a capela Still loving you cuando las puertas de cancha se abrieron y una multitud ingresó a empujones. Todos esperaban que la versión vocal dé paso a la balada completa; pero no. Scorpions cantó la primera parte y educadamente se fue: “Good bye, Bolivia”.
“¿No van a terminar la canción?”, se preguntaba incrédula Marisa Aponte, rockera de hueso colorado de 23 años, quien había venido desde Cochabamba. El público, resignado pero feliz, comenzó a irse. Eran las 23.10. Hubo aglomeraciones a la salida y cuentan que algún disturbio creció cuando la policía uso gases lacrimógenos. Lo cierto es que no se registraron mayores incidentes.
Hubo errores de organización, cierto, pero La Paz mostró que es plaza viable para grandes shows. Esta puerta la abrió Scorpions.
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