La fría noche entró en calor a las 9:20, cuando con un impecable traje azul marino con bordes dorados y su gran sombrero de charro, Vicente Fernández irrumpió en el escenario.
Su gran voz inyectó emotividad aún sin cantar cuando le dijo a los asistentes que los quería "bien contentos y aplaudidores" en su último concierto en Bolivia. "Ojalá nunca me olviden", remató y desató la ovación y hasta las lágrimas de las más de 20.000 almas que abarrotaron anoche el "Tahuichi" Aguilera.
Empieza el show. Una vez hecha la presentación, las guitarras y trompetas comenzaron a sonar y la inigualable voz del mexicano comenzó a entonar un popurrí de temas de su larga trayectoria. Tras esa primera ráfaga de canciones pidió un trago de coñac, gesto habitual que también hace parte de su show.
Repertorio eterno. Una vez establecida la conexión con su público fue eterno el concierto, tres horas de repaso por sus 45 años de carrera musical. Entre las primeras ovaciones estuvo "Lástima que seas ajena" y luego "Nos estorbó la ropa".
Al terminar esta última lanzó un "¡qué viva Santa Cruz!", con lo que terminó de meterse el público al bolsillo.
Los aplausos eran interminables como el recital. "Mujeres Divinas", "Estos celos", "Volver" y la mítica "El Rey" fueron interpretadas en medio del delirio colectivo.
A la mitad del show, las lágrimas fueron de "Chente", que agradeció el cariño del público. Y luego siguió hasta completar tres horas de emoción para luego decir adiós por última vez.
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