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martes, 2 de abril de 2013
La música boliviana en los primeros años del XX
Nuestro propósito inicial fue escribir directamente sobre lo que Carlos Rosso ha venido a llamar "música criolla" en su trabajo "Panorama de la música en Bolivia" de 2010. No es que aceptemos dicha categoría inmediatamente porque nos resulta completamente apropiada, sino por el contrario, nos interesa por el sentido conflictivo que justamente plantea, a saber, a principios del XX en nuestro país, asistimos a un proceso incipiente de conformación del proyecto de estado nacional, y las concepciones coloniales de "criollo" y "mestizo" son centrales en el debate, Javier Sanjinés examina esta cuestión con mucha lucidez partiendo desde los interlocutores, por ejemplo Tamayo y "el mestizaje ideal", o Guzmán de Rojas y su "Cristo aimara", en ambos casos, se esgrime el mismo argumento, el ideal nacionalista incorpora al indígena como subalterno, el indígena no tiene voz pero tampoco se puede ignorarlo, ya no se puede pensar en Bolivia, sin pensar el problema de lo indígena.
En este marco histórico y conceptual, quisiéramos atender a lo que se ha venido a significar como "música criolla", y descubrir los sentidos implícitos que conlleva, pero primero quisiéramos citar un fragmento del trabajo de Rosso, para saber de qué estamos hablando. A continuación transcribo unos párrafos del trabajo antes referido de Carlos Rosso:
Así llegamos al siglo XX. La nación no terminó de construirse, los problemas sociales se ahondaron hasta convertirse en un verdadero ‘caldo de cultivo’ de más odios y diferencias.
En este ambiente difícil, la música se manifestaba de maneras diferentes. Por un lado, la Iglesia Católica seguía apadrinando la práctica musical que tanto le había servido al momento de la catequización de las colonias. Continuaba siendo una música utilitaria, resabios de las capillas y escolanías de la colonia. En esos primeros años del siglo XX se oye hablar todavía de Maestros de Capilla en Sucre, en La Paz, o en Cochabamba y Santa Cruz, pero lo que se conoce es, francamente, poco relevante, y eso ya es sintomático a la hora de hacer recuentos. No es difícil imaginarse, sin embargo, que lo que ellos hacían tenía la influencia europea que campeaba en general en casi todas las expresiones artísticas, desde la pintura y la literatura hasta la misma arquitectura. Y es que la incipiente burguesía criolla nacional soñaba con viajar a Europa para educarse bien y de paso importar cuanta moda estaba allí en vigencia, pese a que la despreocupada Europa estaba en crisis y se le avecinaban dos guerras devastadoras.
Por otro lado, estaban los cuarteles militares, donde la música cumplía su ‘servicio obligatorio’ entre bandas de música que sonaban a marchas, oberturas de óperas europeas y la música criolla compuesta por los músicos militares para deleite de la tropa. La historia recoge varios nombres de músicos militares, unos más famosos que otros. En todo caso, es justo reconocer que la labor de difusión musical que cumplieron las bandas militares fue tan singular como notable, puesto que, saliendo de los cuarteles, no había acontecimiento social o religioso de solemnidad relevante que no incluyera a las bandas militares en el atrio del templo o en las plazas principales; ni qué decir del uso de las bandas en las fiestas tradicionales o patronales de ciudades y provincias.
En los salones y trastiendas, entre la ‘intelectualidad’ y la bohemia había músicos que vivían sus días dándose a la tarea de escribir valses, gavotas o mazurcas, todas ellas al más puro corte europeo; música intrascendente, cursi y utilitaria, para el uso cotidiano de una burguesía tan ciega como ignorante. Mal podríamos decir que eso represente a una cultura musical boliviana aunque fuera, finalmente, lo que había en esos años. Pero, por su lado, la música criolla producto de la hibridación de culturas empezaba a hacerse importante; iba cobrando protagonismo y se hacía presente en las festividades y eventos sociales a todo nivel; además era música que empezaba a transcribirse en partituras, lo que permite que, a diferencia de aquélla del siglo anterior que nos llegó más por tradición oral, se la pueda conocer ahora.
La música criolla era practicada con inusitado entusiasmo. Es que los señores gustaban bailar cuecas y bailecitos con las cholas guapas de las trastiendas; las trastiendas eran territorios privilegiados para el mestizaje: olían a chicha, a picantes sabrosos y estaban decoradas al gusto más colorinche. Por su parte las señoras querían bailar también, pero, recatadas como habían de serlo, lo hacían en sus salones decorados, a su vez, burdamente e imitando la usanza decadente de la Europa con la que soñaban aunque, seguramente, se dejaron nomás tentar por las cuecas, bailecitos, taquiraris y otras danzas criollas. Este entusiasmo dará lugar a lo que hoy es ‘nuestra’ música folclórica popular. (2010: 161-162)
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