Hace más de dos décadas que salió de La Paz para radicar en Santa Cruz. Y aún no piensa en el retorno. Vive solo en su espacio de artista con la única compañía de su ser amado: la mascota Panchita. Y así parece feliz. “El tiempo ha pasado muy rápido, casi sin que te des cuenta”, reflexiona en tanto asume su clásica pose: acariciarse la calvicie que brilla bajo el ardiente sol cruceño.
Recuerda haber recibido una invitación de la capital oriental para dar clases de dibujo y fotografía. Acudió. “Apenas llegué me encontré con un ambiente muy motivado; un grupo de alumnos me consiguió de inmediato una casa y así me animé a alargar mi estadía en un principio y luego a pensar en radicarme aquí”.
Nacido en La Paz en 1951, Roberto Valcárcel ha sido un iluminado de las artes conceptuales y las artes visuales en el país. Hoy ejerce como docente. Su biografía dice que en 1977 retornó de Alemania tras concluir sus estudios en Arquitectura y Comunicación visual; participó de exposiciones colectivas y viajó nuevamente a aquel país europeo en 1982, para volver un año más tarde a Bolivia e instalarse en La Paz. En 1990 partió hacia Estados Unidos y a su retorno en 1992 mostró sus obras en La Paz y Santa Cruz, despertando comentarios elogiosos de los críticos.
Contra la burocracia
“Roberto Valcárcel es quien, en la generación joven, tras la generación del 52, ha tomado el relevo de Prometeo, abriendo alternativas plásticas y temáticas para el arte boliviano de las últimas décadas del siglo XX. La tradicionalista, provinciana y miope sociedad boliviana, inspirada en los mediocres modelos de la aculturada clase media de Miami, y en los de la televisión enlatada, tiene relaciones contradictorias de amor y odio con este artista. Todavía desconfía, mira su producción con suspicacia, desperdicia su potencial artístico e intelectual”, escribió el historiador de arte, el boliviano Pedro Querejazu.
Valcárcel es sincero al referirse al imán que lo atrajo a la que ahora es su casa. “Obviamente que no estaba en comparación a lo que ofrecían Nueva York o Londres o La Paz. Lo que me cautivó fue la fluidez en las gestiones, la ausencia de burocracia y otros estorbos que no sólo perjudican la vida de los artistas; el hombre común compra cuatro hamburguesas y tiene que dar su nombre, su NIT, su RUC y hasta el número de zapato”. Se ríe. “No entiendo por qué todo tiene que ser controlado, estamos en el país del control”, se pone serio.
¿Acaso no es ése un mal de todas las sociedades modernas? Pues no, a decir de Valcárcel. “En otros países un poco más inteligentes, la caja registradora apunta el monto y el cambio, aquí no. Imagínate si tienes el apellido un poco difícil de deletrear: compras cinco cosas al día y tienes que estar las cinco veces al día diciendo ‘no, con v chica’; es una pérdida no sólo de tiempo, sino de dignidad humana”.
Como sea, lo que le encantó de Santa Cruz es la posibilidad de encontrar los caminos más expeditos para hacer lo que le interesa: transmitir a las nuevas generaciones sus conocimientos acumulados en más de una treintena de exposiciones (arte povera, conceptualismo, happenings, arte pop), tres décadas de carrera y cientos de charlas en el exterior.
Aquel apoyo sin escollos se tradujo en una larga lista de roles en las áreas de desarrollo de la creatividad, artes visuales y teoría del arte, diseño, arte conceptual, identidad visual, comunicación visual, sistemas creáticos y creatividad aplicada en casas de estudio superiores.
“No soy el único, hubo toda una generación de artistas del país que fueron convocados por las instituciones cruceñas para compartir sus conocimientos con la gente local; el intercambio empezó a dar sus frutos por la dinámica de la gestión”.
La tranquilidad en suelo “camba” también lo invitó a publicar libros, como Manual de creatividad para maestros de escuela (1995), Bolivia: crear para sobrevivir (1996) y Textos acerca del arte y la creatividad (2008). “Fue todo un conjunto; ahora en Santa Cruz hay exposiciones de arte muy interesantes, un festival de cine, uno de música barroca en la Chiquitanía, una gran feria del libro, en fin. Claro que en general, Bolivia ya no tiene que preguntarse si existen las condiciones o si existe la infraestructura para la difusión de arte y cultura, sino cuánta gente asiste a estos eventos. Hay un fenómeno interesante que yo advertí en La Paz donde, como todo queda a la mano, el que no cae resbala a una galería de arte. En Santa Cruz, como todo es más distante, resulta un tanto más difícil de explicar. En resumen, es complicado cuantificar el impacto del arte”.
Ahora “que se vive un tema tan actual como la violencia de género, yo dudo mucho de que un hombre que haya sido tocado por el arte, que se haya maravillado con una hermosa sinfonía o apreciado unos hermosos colores, sea violento con su pareja. El arte toca una fibra que te hace más perceptivo, sensible, cualidades humanas en potencia”, dice, y hasta podría convencer. “Yo no puedo pedirle una cualidad humana a un animal”. Estamos convencidos.
Algo de política
Cuando Valcárcel se fue a Santa Cruz, el gobierno del país era muy distinto del actual. ¿Cómo vivió ese proceso? “Al margen de lo que se vivía en La Paz con Goni, Banzer o Perico de los Palotes, los cruceños estaban en lo suyo. Y eso hoy se nota: es una ciudad que ha emergido de ser un pueblo perdido en el monte. Los cambas, sin dejar de considerarse bolivianos, han producido por su propia cuenta a partir de que el Gobierno central no hacía mucho por esta región. Esa transición tan importante ha permitido frutos más allá de supuestos regionalismos. Aquí hay mucha gente que ha migrado avizorando un mejor futuro y calidad de vida.
¿Y la “medialuna”? “Yo no he escuchado, en ningún momento, que Santa Cruz no se sienta una parte más de Bolivia. Así que eso me pareció exagerado en su momento. Para mí, Santa Cruz es como ese hijo de la familia, muy autónomo y que está armando su vida por su lado”.
¿Y el “proceso de cambio”? “Hace muy bien para entendernos, aceptarnos. Somos una familia. Ahora que los cruceños han logrado cierta injerencia en el Gobierno central, todos se han dado cuenta de que la vida sigue por más discursos que haya”.
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