Era, por lo demás, la época del nacionalismo musical latinoamericano que, por aquel entonces, contó entre sus principales representantes al argentino Ginastera, al brasilero Villa-Lobos, a los Mexicanos Chávez, Ponce y Revueltas; a los peruanos T. Valcarcel, Andrés Sas, Alomía Robles, ni qué decir de los cubanos Roldán y García Caturla y muchos otros entre colombianos, chilenos y de varios otros países a los que no estamos citando. Se trata de una época en la que empieza a hablarse seriamente de la personalidad musical de los países latinoamericanos cuestionando la educación musical académica a la medida centroeuropea.
Carlos Chávez, por ejemplo, describe así la situación.
"En el campo de la música nuestros países latinoamericanos han hecho frecuentes esfuerzos para crear un estilo nacional. Los compositores nacionalistas han usado material folclórico como base para sus composiciones. Intentar ser ‘nacional’ parecía una buena manera de lograr ser personal" (Chávez, 1964: 15).
Este nacionalismo musical latinoamericano fue, a la larga, muy controvertido, porque devino en una moda donde solían confundirse los elementos de la música regional con los lenguajes totalmente centroeuropeos que resultaban totalmente ajenos a la esencia misma de la música nativa latinoamericana. Por lo demás, a esa altura, el nacionalismo musical europeo ya se había desarrollado ampliamente en la segunda mitad del siglo anterior. Pero éste es un tema objeto de otro análisis.
Lo más importante, en todo caso, es que desde esta época ya podemos hablar de individualidades en el desarrollo musical boliviano, lo que es muy importante, habida cuenta de que se sabe que el arte en general y, por supuesto, la música es, esencialmente, una expresión individual, como ya lo dijimos. El individuo, dice Chávez: "...está moldeado en cierta forma por la nación o grupo sociológico a que pertenece, de manera que cada individuo expresa su tradición y sus características colectivas; pero, a la vez, la tradición y las características colectivas se expresan a través de un individuo, no a través de la colectividad misma. Esto sucede así no sólo en el caso de la música culta, sino también en el de las llamadas expresiones etnológicas, del arte folclórico y de otras semejantes" (Chávez, 1964: 17).
Hasta este momento no era posible hablar de esas ‘individualidades’ en la música boliviana, lo que no nos permitía hacer comentarios más certeros con relación a la fisonomía musical boliviana, que, por otra parte, empezaba recién a percibirse. En esta misma línea de las individualidades, otro caso interesante es el de Humberto Viscarra Monje (1898- 1969), formado seriamente no sólo en Bolivia sino también en Francia e Italia, sobre todo como pianista. Su vasta cultura humanística le permitió dedicarse también a la poesía, a la crítica de arte, principalmente musical, y a otros temas de cultura en general. Como compositor de música asume la estética de su tiempo para usar un discurso entre lo europeo y lo andino, vestido de tonalidad e impresionismo siempre cercanos a la estética del romanticismo y haciendo uso, indistintamente, de estructuras formales simples occidentales europeas o criollas nacionales, tal cual era, por lo demás, toda la estética musical latinoamericana de esa época. Su obra musical, publicada en parte, abarca un buen número de partituras algunas más conocidas que otras, donde es posible apreciar el refinamiento de un discurso musical de cuidadosa factura. Viscarra Monje fue, sin lugar a dudas, un personaje representativo en la historia de la música boliviana de la primera mitad del siglo XX.
Teófilo Vargas (1866-1961) fue un músico que se dedicó con denuedo a dirigir los coros y, eventualmente, las orquestas que él mismo organizaba en su ciudad natal, Cochabamba.
Su música se desarrolla entre lo criollo popular y lo ‘culto’, por así decirlo. Dejó escrita su obra musical en cuatro extensos tomos, lo que permite una observación más certera
de su obra, que, por cierto, entre su transitar entre lo culto y lo popular pretende, de pronto, hacer uso de formas incásicas, como el yaraví, formas criollas, como el zapateado, el pasacalle y las cuecas y bailecitos; de pronto incursiona en la música sacra y también en formas líricas que él llama ‘melodramas’. Acerca de la estética musical de Vargas hay poco que decir, él sigue, más o menos, la misma idea de los compositores de su tiempo: esa denodada búsqueda de crear un arte ‘nacional’ buscando raíces en la música prehispánica o en evocaciones de la canción popular o folclórica.
Jaime Mendoza Nava (1925-2005), fue otro compositor y pianista boliviano que estudió música en Europa y Estados Unidos de Norteamérica con renombrados músicos de alta talla profesional: Nadia Boulanger, Alfred Cortot, Joseph Raieff. Frecuentó instituciones de renombre, desde la Universidad de la Sorbonne de París hasta el Julliard School de Nueva York. Hacia 1951 fue Director de la Orquesta Sinfónica Nacional en La Paz y luego se fue a Los Ángeles, donde vivió hasta su muerte, en 2005. Compuso una impresionante cantidad de obras sinfónicas, de cámara, para piano y, sobre todo, música para el cine. Lamentablemente en Bolivia se conoce poco de su música. (fragmento tomado de "Panorama en la música en Bolivia" de Carlos Rosso: p. 165-168)
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