Por Cristina Wayar Soux
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Tenía 14, era una mujer de Alasita, chiquita.
En ese tiempo cantaba a duo con mi amiga Anita en el coro. Entonces llegó una invitación importante: el Papirri, su tío, quería que grabáramos los coros de una canción para su nuevo disco. La Anita me entregó la partitura escrita a mano; demasiados bemoles para leerla a primera vista.
La grabación fue en la planta alta del estudio de Obrajes, donde ahora está Typica, una mañana soleada, llena de vida, de luz y de aire.
"Alasita, ala plena, alasita, rebaja casera. Alasita, alarila, sé que el Ekeko cambiará mi vida."
Al año siguiente, el admirado compositor se convirtió en mi profesor de teoría, solfeo y armonía en el Conservatorio. ¡Qué lujo! Admiración, veneración, devoción de aprendiz cancionera. Entre clase y clase, compartíamos un tecito endulzado de charla.
En ese tiempo el periódico El Caraspas era mi refugio de entusiasta escribiente. Se me ocurrió entrevistar al maestro. Y en la tarde de esa entrevista pasé de estudiante a amante, de aprendiz a Geisha, de admiradora a amada... en zamba sin letra y a escondidas.
La figura de estupro ya existía en el código penal. Eso lo sé bien porque cuando mi papá se enteró del asunto, convocó al cantautor a un almuerzo en el restaurante de Mercedes Urioste, en la Aspiazu, y ahí se lo dejó clarito.
¿Amor? ¿Deseo? ¿Locura pura y dura? El romance continuó. Mi papá hizo la denuncia que correspondía, pero fue archivada en un cajón, en el escritorio del Viceministro de Cultura, el primo Ramón Rocha, que sabía de salvar pellejos.
Yo tenía 15 y el niñito cuzqueño casi 40. Colegiala, Oficial Mayor de Culturas. Dos universos incompatibles en la realidad cotidiana. Entonces la cancioncita sonó a corazón aturdido y roto que jamás aprendió armonía.
El arte salva y el arte mata, el arte aviva y apaga.
Ocho años más tarde, entregada al estudio y madre de una bebé hermosa, el destino hizo lo que sabe y Manuel Monroy fue nuevamente mi maestro en el Conservatorio. La tarea para ese día consistía en transcribir "El día que me quieras" e interpretarla con el ensamble de música latinoamericana. Tarea de transcripción perfecta, interpretación traspasada de nostalgia. El profesor quiso robarme un beso, pero la niñita había desaparecido y en su lugar estaba una mujer joven lista para comerse al mundo en lugar de ser bocadillo. Esta vez fui yo la denunciante, ante el Conservatorio y el Ministerio de Educación. Quería aprender, quería ser respetada como alumna.
Ese año, Alasita sonó a reivindicación, lucha y fortaleza. También a pena.
Y unos años después tuvo el aire de Polvos del olvido. Entonces supe que era más fácil reducirme a un recurso, con el que medirse en la competencia de quién la tiene más grande, que reconocer que quien ama a una muchacha en flor, no la arranca.
Hoy 24 de enero, hoy que mi papá Ekeko cumple 70, la cancioncita suena a la necesidad imperativa de hablar del estupro, de los mecanismos del poder que siguen vigentes para taparlo, de los quiebres emocionales que no tienen reversa, de la necesidad de cuidar y respetar a lo tierno y de los muchos significados, ala plena, de Alasita.
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