Argentino. El vocalista y bajista de los Enanitos Verdes habla de la vuelta del grupo, que actuará en el Cosquín Rock 2017. Hace un balance de los casi 40 años de la banda que formó con Felipe Staiti
A pocos días del Cosquín Rock Bolivia, Marciano Cantero, la voz, el bajo y el hombre detrás de 38 años de historia de los Enanitos Verdes (junto a Felipe Staiti), conversó con Sociales&Escenas.
Los Enanitos Verdes vuelven a Santa Cruz de la Sierra luego de 11 años ¿Qué te parece?
Me causa mucha alegría poder volver a Bolivia y, especialmente, a Santa Cruz de la Sierra, después de tantos años. Que siga tan fuerte la relación del público con los artistas es casi un milagro.
Son casi cuatro décadas tocando, ¿qué es lo más curioso de tantos escenarios juntos?
Es algo inexplicable, es esa cosa que hace que se te erice la piel cada vez que subís a un escenario. Solo la música puede lograr eso. Afortunadamente, nuestras canciones siempre han tenido un carácter de sinceridad. Fueron canciones muy honestas, que se transformaron en clásicos.
¿En qué se parecen a lo que querían ser hace 38 años?
Yo creo que el sentimiento, la emoción y las ganas de hacer música no han cambiado, así como el hecho de subir a tocar y que de pronto suceda la magia. Es como cuando la uva se convierte en vino. Es un acto único. Así estamos ahora. Con el tiempo uno aprende a hacer mejor su trabajo, pero la emoción es la misma.
A propósito de vino, y recordando que el grupo es de Mendoza, uno de los sitios donde se producen algunas de las mejores variedades del mundo, Felipe tiene su propia marca. ¿Qué te parece esa iniciativa? ¿Vos tenés algo así en mente?
Estoy trabajando en algo parecido, pero no quiero adelantar de qué se trata hasta que no esté listo. Es así, en Mendoza se hace un vino maravilloso, yo que viví tantos años en México me di modos de seguir disfrutando del vino que se hace acá. Y lo que ha logrado Felipe es parte de lo que te decía, de esa magia que te permite alcanzar muchas otras cosas.
¿Por qué decidiste radicar en México?
Tuvo que ver, especialmente, con haber conocido su gente y con haberme dejado llevar por ese espíritu intrépido y aventurero que me hizo recorrer varios países de Latinoamérica, conocer sus riquezas y apreciar sus bellezas. En nuestro continente siempre me sentí atraído por la cultura incaica y en México, por supuesto, por la azteca. Una vez fui a Sonora por una gira del grupo y me terminé quedando a vivir por 14 años. Ahora estoy de nuevo en Argentina, pero lo que viví en tierra mexicana fue inolvidable.
¿Qué fue lo que aprendiste a querer de las culturas del continente?
De todo, principalmente los alimentos. Me he convertido en un redescubridor de los productos alimenticios, últimamente consumo mucha quinua y chía. Además, el té de matico me ha acompañado muchos años. Me gusta investigar sobre las propiedades de las plantas. Nuestros antepasados lo tenían claro, ahora, lo estamos apreciando.
El grupo formó parte de ese boom del rock argentino que, junto con artistas como Soda Stereo, Miguel Mateos y Andrés Calamaro, a mediados de los años 80 tomaron el mercado mexicano del rock, hasta entonces casi incipiente…
Fuimos superafortunados al haber aparecido en un momento clave de la historia, al haber sido parte de ese movimiento que sacó al rock de su nivel clandestino y se gestó algo muy genuino, que pegó en México y en toda Latinoamérica. Para nosotros, que éramos como los hijos de la primera generación del rock argentino, fue todo un orgullo lo que logramos. Y en realidad no fue que inventamos algo, sino que le dimos un toque distinto a lo que se había hecho hasta entonces.
Ese aspecto está muy presente en el segundo disco del grupo, Contrarreloj (1986), producido por Calamaro, en el que se nota la mano de El Salmón, y que marcó a fuego el nombre de los Enanitos con el éxito La muralla verde…
Sin duda, la mano de Andrés tuvo mucho que ver, pero también las cosas que escuchábamos en esa época. Sin darnos cuenta, tal vez, hasta David Bowie influyó bastante y es una muestra de que ese movimiento de los años 80 fue algo testimonial. Tuvimos la suerte de que aparecimos en el momento adecuado, con la canción adecuada y con la actitud adecuada.
¿Qué representó la salida de Daniel Piccolo, baterista de la banda por casi 26 años, y la entrada de Jota Morelli?
Daniel hizo un trabajo maravilloso. No tengo nada que reprocharle. En un momento dado supongo que se cansó de esta vida, de estar todo el tiempo viajando, de no volver a tu casa en cuatro meses. Se quiso bajar. Pero, por suerte, apareció Jota, que, para mí, es uno de los 50 mejores bateristas del mundo, que ha tocado con Al Jarreau; recorrió el mundo completo con el cantante de jazz, además tocó con Spinetta, Fito Páez, Diego Torres, ¿qué más? Ahora está con nosotros (risas).
¿Qué implica tocar en un trío?
De alguna manera tiene su lado complicado. Es como una mesa de tres patas. Pero, al mismo tiempo, es fantástico, me encanta que haya esa exigencia, además que con Felipe llevamos 38 años tocando y ya nos entendemos, digamos, casi telepáticamente. Tocar en un trío es sacar lo mejor de uno mismo. Para mí, como bajista y cantante, es algo muy intenso. En esa intensidad radica el secreto. Es algo irrepetible.
En 1995 presentan el álbum Big Bang en el estadio Tahuichi Aguilera de Santa Cruz de la Sierra, en la época en que sonaba la famosa Lamento boliviano. En aquella oportunidad tuvieron que explicar al público que la intención del grupo nunca fue herir susceptibilidades. ¿Seguís creyendo necesario explicar la canción?
Lamento boliviano fue una canción que tenía su gracia y su swing, que la tocábamos durante años en las pruebas de sonido. Un buen día que estábamos grabando Big Bang nos faltaba un tema para completar el disco. Decidimos poner esta pieza y en esa primera toma la escuchamos y dijimos ¡guau!, sobre todo después de escuchar el solo de Felipe, que lo grabamos en Los Ángeles, con un equipo de guitarra Stratocaster que venía de la casa de ¡Jeff Beck! Esas son las cosas que hacen especial una canción. Lamento boliviano me gustó desde un principio, porque forma parte de esos tributos a nuestras culturas, a nuestros antepasados, es descubrir nuestra Latinoamérica.
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