E n la calle Sagárnaga, frente de la iglesia San Francisco, en el número 123, está aquel antiguo estudio de grabación de música que hace 56 años, en 1958, implementó Miguel Dueri, virtuoso violinista y empresario. Las consolas, micrófonos, grabadoras están ahí, pero ya nadie los opera…
En medio del silencio parecen esperar pacientemente que unas manos vuelvan a encenderlos para comenzar a generar las más hermosas melodías, conjugando los sonidos de los instrumentos musicales con voces virtuosas.
¿Cuántas estrellas de la música pasaron por ellos? ¿Cuántos ídolos se erigieron en ese laboratorio de sonido finísimo e impecable que Dueri se empeñaba en imprimir? Ni su mismo creador sabe decirlo.
El tiempo retrocede cuando Miguel Dueri comienza a recordar esos días en que comenzó a construir ese imperio de la música: Discolandia. Fue en 1958. Entonces ya estaba casado con Miriam Saba, juntos atendían su bazar en la calle Evaristo Valle, donde comercializaban un sinfín de productos que importaban desde Estados Unidos y otros países de Europa.
Como empresario que quería atender y satisfacer la demanda de su clientela, tenía una gran preocupación: los discos que importaba tardan mucho tiempo en llegar a La Paz, cuando los tenía en su tienda muchos habían pasado de moda y no podía venderlos.
"Con el pasar del tiempo aparecí con un gran stock que no podía vender. Además, la importación representaba la inversión de mucho tiempo y de dinero, que ni siquiera beneficiaba al país. Todo eso me hizo pensar en implementar un estudio de grabación y un fábrica de discos”, rememora Dueri.
Su esposa Miriam advertía que la idea era tremendamente ambiciosa porque en el país, si bien existían algunas empresas de grabación y fabricación de discos, la industria era muy incipiente, por lo que la mayoría de los cantantes nacionales salía a grabar a Brasil o Estados Unidos.
"Miguel insistió y viajó a buscar todos los equipos que necesitaba. Consolas, grabadoras, micrófonos, todo lo que era necesario para instalar primero el estudio de grabación. Trajo todo a La Paz y comenzó a montar el estudio. Se pasaba días enteros trabajando, haciendo pruebas. No le importaba, amanecía trabajando, empeñado en que todo tuviera un sonido impecable”, cuenta Miriam.
"Traje los mejores micrófonos, que entonces eran alemanes. Las consolas eran americanas”, replica inmediatamente el hombre visionario que está a punto de cumplir 89 años.
En junio de 1958, el trabajo de Dueri, que entonces formaba parte de la Orquesta Sinfónica de Bolivia interpretando el violín -que aprendió a toca en Belén- dio sus primeros frutos: su estudio de grabación comenzó a operar con grupos y solistas destacados de entonces, como El trío oriental, Los cantores del valle, Fermín Barrionuevo, entre otros.
La mayoría interpretaba música nacional, género que a partir de la Revolución de 1952 había cobrado gran popularidad entre la gente.
Pero Dueri no estaba contento; su fin era implementar una industria disquera, quería fabricar los discos de vinilo y sus forros para presentar un producto completamente nacional.
HORIZONTES, el primer disco
Casi a mediados de 1963, tras casi cinco años de trabajo, los esposos Dueri-Saba habían logrado montar la fábrica de discos, pero no podían hacerla funcionar. Por eso buscaron a un técnico brasileño de apellido Moura, que para entonces había llegado a Bolivia. Lograron ubicarle y le llevaron a su fábrica.
"Vio la infraestructura y dijo: ‘esto está instalado. Enchufen esto, enchufen aquello’… ¡Y la máquina comenzó a funcionar!”, recuerda Miriam.
"¡Pero estalló el caldero!”, replica Miguel Dueri y suelta una risa. "Pusimos las tapas al caldero inmediatamente y todo comenzó a funcionar”, añade él inmediatamente.
Así, el 13 de diciembre de 1963, Discolandia pudo al fin sacar su primer disco: un simple con la canción Horizontes, un éxito chileno de los Hermanos Arriaga, interpretado por Airto Rau, un joven imitador de gran talento.
El proceso había sido completamente manual, desde la grabación, pasando por el proceso de galvanoplastia, la producción del disco "padre” y la reproducción de los vinilos, "uno por uno”.
"Lo más importante de todo esto era sacar el disco sin ruido, lo que dependía de la perfección de los surcos, donde estaba grabada la canción”, explica Dueri.
Recuerda que compaginar ese primer disco le tomó semanas para que saliera sin ruido. Lo logró guiado por su fino oído de violinista.
"Después de varias interpretaciones la canción no salía muy bien. Escogí la primera parte que estaba bien, corté la cinta ahí, después la segunda y tercera parte. Fui compaginando la canción. Cuando puse a reproducir la cinta se escuchaba ‘horizotes’ ¿por qué? Porque la ‘n’ es muda, no se la escucha en la cinta. Entonces, agarré un pedazo de cinta muda lo pegué en el medio de la palabra y recién se escuchó ‘horizontes’”, relata.
Apenas la disquera lanzó su primer producto, Miriam Saba lo llevó a su tienda de la Evaristo Valle para hacerlo tocar.
"Pusimos el volumen altísimo para que la gente escuchara y se acercara. Y la gente vino. Primero fueron los dueños y empleados de las otras tiendas, luego los transeúntes. Cuando les decíamos que lo habíamos fabricado nosotros, no lo querían comprar, pese a que sonaba perfecto”, recuerda.
Sin embargo, el sonido impecable comenzó a seducir a los transeúntes que comenzaron a comprar el "simple”, que costaba siete bolivianos, y fue un total éxito.
El segundo disco hecho por la empresa fue de Fermín Barrionuevo, entonces director de la Orquesta Sinfónica, que también grabó música de género nacional. Los Dueri cuentan que entre sus primeros vinilos también está el de la Orquesta Swingbaly. Miriam les había escuchado en la radio y les llamó para invitarles a grabar. "Vinieron inmediatamente”, agrega.
Voces nacionales
El éxito de estos primeros vinilos fue tan impactante que se proyectó en los siguientes que produjo Discolandia, con un sello que la diferenciaba totalmente: la inmediatez de la reproducción de cualquier éxito musical del momento.
Es que "apenas salía un hit en el extranjero, nosotros hacíamos covers para encontrar imitadores, cantantes nacionales. No podíamos copiar la canción original, por eso les convocábamos. Conocíamos el medio y sabíamos quién podía imitar tal canción. A veces nuestra versión vendía mucho más un disco original”, explica la señora de Dueri.
En esa manera de proveer al mercado nacional de los éxitos musicales del momento, la compañía discográfica organizaba festivales de música en busca de talentos que grabaran las canciones de moda. También estaba al tanto de programas radiales, como El show de los sábados, de Micky Jiménez, en el que -recuerdan- descubrieron a Humberto Castillo, un joven de 18 años, que dio su voz para el segundo disco de la empresa: En vano, en el que Humberto interpretó una canción del reconocido Palito Ortega.
"Cuando Palito Ortega visitó Bolivia por primera vez, nuestro ruiseñor y el cantautor argentino se enfrascaron en un memorable mano a mano en el aún descapotado coliseo paceño. Humberto Castillo se llevó la mayor cantidad de aplausos en esa velada. Ortega se rendiría ante la mayor ductilidad, alcance y versatilidad vocal del cantante nacional”, destaca la publicación 40 años de rock boliviano 1963 – 2003, de Discolandia.
ACERCANDO ESTRELLAS
Es que con el paso de los años, la empresa, que se volvió representante de sellos internacionales, como Sony, Music Hall, Polydor, Capitol, AyM, Odeón, EMI, CBS y otras, trajo a Bolivia un sinfín de estrellas internacionales de la música. Primero a Palito Ortega, Leo Dan, Libertad Lamarque, Los Panchos, Charles Aznavour, Miguel Aceves Mejía, entre otros famosos de las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado.
Miguel Dueri recuerda que cuando trajo al astro de música mexicana Miguel Aceves Mejía a Bolivia, programó una presentación especial en Oruro y el distrito minero de Huanuni, donde, prácticamente, se declaró feriado el día de su presentación.
"En las calles de Oruro la gente se paró a los lados de las avenidas por donde él pasaría en movilidad. Por razones ajenas a la empresa, se retrasó una hora y me detuvieron, estuve preso por unas horas hasta que Aceves Mejía llegó”, cuenta.
El empresario continúa recordando que cuando llevaba al cantante hacia Huanuni, en el camino, un bloqueo les cortó el paso: eran mineros que exigían que la estrella les cantara una canción para dejarles pasar.
"Tuvo que cantar, recién nos dejaron pasar”, recuerda.
historia de la música boliviana
Y en su manera de descubrir talentos, la disquera fue creando figuras de la música que en estos casi 60 años se convirtieron en leyenda. Una de ésas fue Freddy Becerra, un joven beniano descubierto en el Primer Festival Nacional de la Canción (1965), organizado por la empresa Philips, de la cual Discolandia era representante. Becerra y su grupo Los diablos rojos alcanzaron una gran, aunque fugaz, fama. Fueron artistas exclusivos de la compañía discográfica.
La empresa también lanzó al escenario nacional a grupos y solistas locales, como Los montoneros de Méndez, un grupo de música tarijeña. "En ese tiempo en La Paz no se conocía mucho la música tarijeña, por eso trajimos a Los montoneros de Méndez para grabar sus canciones, entre las que estaba una muy famosa de Nilo Soruco (Tanta idas y venidas)”, recuerda Miriam de Dueri.
Y junto a Los montoneros de Méndez, Discolandia descubrió y apoyó a otras figuras de la música nacional, como Gladys Moreno, Enriqueta Ulloa, Zulma Yugar, Nora Zapata. Por su estudio de la calle Sagárnaga pasaron también grupos que son parte de la historia de la música boliviana: Orlando Rojas y Los Bonny Boys Hots, The Black Birds, Los Grillos, Los Splendid, Los Daltons, The Donkeys, Loving Dark’s, Climax, Wara, Luz de América y otros grupos de rock nacional, cuyo repertorio está celosamente guardado y conservado por Miriam de Dueri, quien quedó a cargo de la disquera.
La lista de producciones musicales nacionales que produjo Discolandia es innumerable. La empresa realizó un esfuerzo y la organizó en un trabajo denominado 40 años del rock boliviano (1963 - 2003), en el que se evidencia el aporte de la disquera a la música nacional.
Y es con ese único objetivo que la compañía sigue trabajando, grabando con los grupos nacionales, luchando contra la piratería que la golpeó fuerte desde la década de los años 80, cuando, primero, aparecieron los casetes, y, luego, los discos compactos que podían ser copiados inescrupulosamente y vendidos a precios simbólicos, que la compañía nunca pudo alcanzar.
"Nunca nos imaginamos que el vinilo desaparecería y que aparecieran materiales que pudieran ser copiados a diestra y siniestra, pero nosotros luchamos por seguir adelante, para apoyar a los grupos y solistas bolivianos”, dice Miriam Saba.
Y Discolandia sigue grabando, reinventándose para no ser enterrada por la piratería.
Después de varias interpretaciones la canción no salía muy bien. Escogí la primera parte que estaba bien, corté la cinta ahí, después la segunda ... fui compaginando.
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