Elvira Espejo —cantante, poeta, artista visual, investigadora qaqachaka— y Álvaro Montenegro —compositor de música urbana, saxofonista, jazzmen— hace tiempo que sostienen un intenso t’inku musical. Un encuentro —que no fusión— de tradiciones musicales (autóctona y contemporánea), de ámbitos creativos (rural y urbano), de instrumentos (ancestrales y modernos) y con ellos naturalmente de formas de ejecución; y también un encuentro de sensibilidades. Esas sensibilidades que les permiten andar juntos haciendo música.
El primer resultado de ese encuentro se llamó Thaki (La senda): un disco que recoge y reinterpreta los cantos a los animales de la cultura Qaqachaka del sur de Oruro y norte de Potosí. Cantos que acompañan la rutina de un pueblo que en su trato con los animales teje las claves sociales de la sobrevivencia, pero también y sobre todo de la convivencia. La misma convivencia que se expresa en los surcos del disco entre las qunqutas qaqachakas y el saxofón y la flauta de Álvaro Montenegro.
El siguiente paso de esa aventura musical es Utach Kirki (Cantos a las casas). Esta vez se trata de la reinterpretación de la música qaqachaka que acompaña el proceso de construcción de las casas que es, a la vez, el tiempo de la consolidación de la pareja que levanta el techo que la va a cobijar. Son cantos antiguos, que remiten posiblemente a los tiempos del Incario. Elvira Espejo, en la fase de investigación, primero tuvo que recomponerlos, como una arqueóloga que devuelve su forma a una vasija trizada.
Después de la investigación vino el t’inku: la producción y grabación del disco. Esta vez, Elvira Espejo llegó al encuentro con los Huayna Sirineros, jóvenes músicos de su comunidad; y Álvaro Montenegro, por su parte, convocó al Parafonista en pleno, su emblemático grupo.
El resultado es una extraordinaria experiencia sonora. Lo que logran los Huayna Sirineros y el Parafonista en este disco es un auténtico encuentro musical, profundamente respetuoso, pero al mismo tiempo audaz. Ese encuentro de sonoridades, de formas de concebir y hacer la música tiene las distancias y las cercanías precisas, las complicidades necesarias y sobre todo la alegría (que es altamente contagiosa) de ser diferentes, pero poder hacer las cosas juntos. Una a una las piezas —los cantos rituales a las casas se intercalan con qunquteadas tradicionales y actuales— descubren sonidos nuevos y mezclas sorprendentes. En ese t’inku manda la invención.
Afortunadamente resulta difícil etiquetar esta experiencia. Quizás es mejor ni siquiera intentarlo. Es música de hoy, la única posible, tan compleja y tan simple como el presente. Ese presente que en la cultura y la vivencia de estas tierras está tejido con muchas hebras. Un presente denso, que gira como una espiral, en el que resuenan los ecos del pasado y del porvenir. Como en este disco.
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