domingo, 6 de septiembre de 2015

El Festijazz trae música con raíces de todo el mundo, pero pone el acento en los grupos bolivianos



La música es una forma universal de expresarse y, sobre todo, de relacionar personas, estén donde estén y hablen el idioma que hablen. Este espíritu se desarrolla con el jazz quizás más que con ningún otro estilo porque esta música es en sí misma una invitación a romper esquemas y a tomar todos los sonidos que se pueda, improvisar sobre ellos y deformarlos, en el mejor sentido de la palabra. El Festival Internacional de Jazz de Bolivia, el Festijazz, resulta un buen ejemplo de este mestizaje. En la edición de este año, la 28 —que se celebra desde el martes hasta el 18 de septiembre— va a poner en contacto músicas de varias culturas y a intérpretes y compositores de todas las sensibilidades.

El Festijazz presenta 11 grupos extranjeros y 30 nacionales que tocarán en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Sucre y Tarija. Llegan bandas de diez países para una especie de encuentro de músicas del mundo, porque prácticamente todo lo que se va a escuchar tiene profundas raíces culturales. El director del Festijazz, Wálter Gómez, asegura que los músicos traen “sonidos nuevos, frescos y con calidad, rescatando elementos fundamentales del jazz, como la improvisación y la riqueza armónica”. Se presentarán melodías e instrumentos de Brasil y cuerdas de timbre gitano, herederas de los míticos Django Reinhardt y Stephane Grappelli. También sonidos de la tradición peruana pasados por muchos filtros, fusiones concebidas en Japón y, por primera vez en el Festijazz, música con raíces de Colombia y Uruguay.

Pero el foco se centrará en los músicos bolivianos, y desde la primera nota. El grupo Takesi, junto a Carla Casanovas y el cuarteto Tawayra inaugurarán el festival con un concierto que puede tomarse como ejemplo del espíritu de mestizaje del Festijazz porque se titula De Adrián Patiño a Miles Davis. El bajista Christian Laguna, de Takesi, recuerda que “antes el festival siempre lo inauguraba un extranjero, pero ahora aquí hay músicos con calidad y madurez como para tomar el protagonismo. Y lograr un sonido propio, porque el jazz debe ser eso: identidad más improvisación”.

El guitarrista tupiceño Tincho Castillo, que ofrecerá dos conciertos junto al pianista Heber Peredo, celebra que el jazz en Bolivia haya “crecido una barbaridad desde hace seis años: ahora salen tres o cuatro discos de este género cada año, mientras que hace poco no se llegaba ni a uno”. Y eso pese a las dificultades que plantea el medio: “el movimiento que se está creando se alimenta él solo porque en la radio casi no hay espacio más que para las bandas tropicales o cristianas”, señala Gómez.

Los músicos bolivianos, además, son en su mayoría jóvenes, mientras que los de afuera lo son bastante menos. Así, las jam sessions que se organizarán por las noches en el club Thelonious servirán para que los de aquí sigan aprendiendo. Igual que los estudiantes del Conservatorio Plurinacional de Música, que van a recibir talleres de los extranjeros, y los jóvenes de la UMSA, donde también habrá conciertos.

Una vez terminen tantas actividades, volverá la calma. Demasiada, quizás. La escena jazzística sigue mermada por la falta de locales y de público estable. Laguna cree que la situación mejorará si se capta a esa “gente que va a espacios alternativos pero no exactamente a un club de jazz, que tiene una especie de estigma”. Y también si la escena se abre al resto del país, como este año hace el Festijazz porque “lo peor es que casi todo sigue centralizado en La Paz”, dice Castillo.

Fusión para los amantes de la libertad

El festival que se creó con entusiasmo, unos casetes viejos y unos músicos jóvenes Boris Vásquez - director de orquesta

Todo comenzó en un aula del Conservatorio Nacional de Música de la avenida 6 de Agosto de La Paz, en unas clases de teoría dirigidas por el gran compositor Agustín Fernández. Entonces éramos un grupo interesante de jóvenes amantes de este arte, y que ya casi habíamos decidido dedicar nuestro tiempo y espacio a la maravillosa música. Después de las clases, al final de la tarde, unas reuniones y sesiones abundantes de té se celebraban en una hermosa casona en la calle Goitia 162, donde se encontraba la sede la Academia de Música Hohnner, liderada por la madre de nuestro anfitrión.

Siempre un poco entrada la noche comenzaban las sesiones de música de fusión: interpretábamos diversas versiones de canciones de la época hasta que al borde de la medianoche —y después de haber alcanzado una especie de sosiego musical con mezcla de cansancio— se daba inicio a la audición de música popular brasileña: todos los miembros del grupo nos habíamos convertido en fanáticos del bossa nova.

Para cada sesión los aportes musicales de cada cual quizás se pudieran considerar un tanto reducidos pero también, sin duda, valiosos. Era cuestión de medios. Solo disponíamos de una sarta de casetes mal grabados —en muchos casos de estado maltrecho por el excesivo uso— que entre todos íbamos aportando. Pero fue gracias a ellos que el jazz se fue infiltrando poco a poco e irremisiblemente en el repertorio que escuchábamos.

Desde ahí y hasta 1991, a pesar de un par de largas ausencias de uno y otro integrante de aquel grupo, este género de libertad llegó a poseernos hasta el punto de hacernos prisioneros de sus encantos. Ahí y así fue como se estableció este proyecto del Festijazz, que siguió y sin duda seguirá a pesar de las vicisitudes y las críticas de algunos que parecen creer saberlo todo.

En 2000, con la llegada de uno de los grupos mayores en número y relevancia, la NDR Big Band del norte de Alemania, y el trabajo conjunto con el Grupo Europeo de Cultura, se terminó de consolidar el sueño, y nuestro hijo se convirtió en parte del circuito internacional de festivales de jazz del mundo. Un festival que hasta el día de hoy —como pasa con todo retoño— no ha dejado de darnos un par de enojos, más de una insatisfacción y muchas y grandes alegrías.

Actualmente el Festijazz forma parte del calendario anual de cinco ciudades de Bolivia, donde se le espera cada septiembre lo mismo que a la primavera. Él cumple y vuelve. Cada año nos trae abundancia de nuevos frutos musicales que alimentan las esperanzas de desarrollo que albergan quienes no paran de prepararse para aprovechar esta oportunidad de mostrar su trabajo sobre el escenario. Que viva la música y que viva el Festijazz.

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