Convierte en canciones todo lo que ve y ocurre en su vida. “Tan pronto me despierta un canto de una chulupía, eso me inspira”.
Le canta al amor, a la vida, a la ternura de una madre, a los juegos de los niños, a los jóvenes, a la política, “al ama llulla, ama súa, ama qhella y hasta al gasolinazo”. Satiriza casi siempre a estos últimos, pero por temor a posibles represalias, no los hace públicos.
Figueroa cuenta los hechos de su pasado y presente. Se considera un privilegiado de la vida, a pesar de las adversidades, por darle la oportunidad de tener el apoyo de su familia, viajar y cantar. Encuentra sentido a todo lo que lo rodea. Ama la vida. “Soy un hombre que cree en el amor”, dice emocionado. Junto a su hermano Gerónimo, ponen en verso toda la Biblia; ese trabajo, según Figueroa, está pronto a terminar, y será el compendio en el cual se pone en verso los evangelios, el primero en ser publicado.
Proviene de una familia compuesta de 14 hermanos, cuyos padres, Leonor Guerrero y Manuel Figueroa, eran amantes de las coplas chapacas. De ellos y de su abuelo, Geraldino Guerrero, cuyo nombre lleva la escuela de la comunidad de Paicho; aprendió a cantar desde pequeño. Su primera maestra fue la que le enseñó muchas canciones en el kínder.
Allí ya fue haciéndose conocer como un “buen cantor y poeta”. Ya en primero básico, tuvo como maestro, por sólo una semana, al también poeta sanlorenceño, Óscar Alfaro, quien le enseñó el poema llamado El sapo; el ahora cantautor fue el que aprendió más rápido, por lo que se hizo conocer pronto.
Desde pequeño, Figueroa estuvo en escenarios. Era solicitado para participar cantando o declamando en las horas cívicas y veladas. Allí fue adquiriendo el cariño del público. “Puedo perder el miedo al público, pero nunca el respeto”. Los aplausos del público son los que hacen que entre en confianza con los presentes y disfrute de lo que hace.
El primer poema que aprendió le fue enseñado por su abuelo. Sus estudios secundarios los realizó en Potosí. Luego fue a Buenos Aires y allí formó parte del coro polifónico San Alfonso. Sus compañeros de grupo tocaban guitarra, bombo, mientras él “no tocaba nada, pero me invitaron por la voz para que cante. Me sentía mal por no saber tocar ningún instrumento, por lo que decidí aprender a tocar la guitarra”.
Al tiempo de aprender a tocar la guitarra, también escribió canciones y poemas.