domingo, 8 de julio de 2012

El parlante Kala Marka, entre la excepción y la regla

Sergio Calero

Kala Marka es un grupo de amplísima convocatoria de público, con un éxito que pocos conjuntos bolivianos pueden igualar, resultado de 27 años de trabajo y una producción constante, un éxito que ha ido más allá de nuestro continente, al grado del plagio internacional. Recordemos que Kala Marka entabló una demanda a los alemanes Cordalis por la apropiación de su tema Cuando florezca el chuño. El grupo liderado por Hugo Gutiérrez y Rodolfo Choque ha presentado su nuevo trabajo titulado Nuestro amor a la tierra' sea eterno agradecimiento, Abia Yala con un importante conjunto de músicos invitados que aportan con tranquilidad en la grabación, ya que el disco se elaboró en los estudios propios de Kala Marka. Entre otros figuran talentos como Marcelo Palacios, Daniel Zegada y el recurrente bajista Bladimir Morales.

La propuesta de Kala Marka sin dejar de ser folklórica es electrónica y pretende una actualización de timbres, ritmos y ensambles instrumentales que salen del estancado esquema repetitivo y simplón al que nos tiene acostumbrados la mayoría de los grupos actuales.

Y es que en muchos aspectos Kala Marka es excepción; sin embargo, su propuesta se suma a la regla cuando tropieza en otras debilidades de las que nuestra música, desde hace mucho, no se puede librar. Señalemos algunas.

Inicialmente la temática, que peca de una penosa ingenuidad, ¿será que el canto a la tierra y los pueblos se ha convertido en una especie de convención obligatoria? Lo cuestionable de este constante tributo telúrico no es el tema en sí, que puede ser muy sentido y sincero, sino el débil tratamiento textual cursi y hasta facilón que se le imprime, en el que la reflexión y el sentimiento se reducen al patrioterismo y al más frágil misticismo, como si esos pueblos y esa tierra fueran sólo el bello paisaje y la historia ancestral. Los grupos folklóricos bolivianos han encontrado en el canto a la tierra y a los pueblos una excusa para no decir nada, para complacer en un canto inocuo e intrascendente. Canciones de Kala Marka como Nuestro amor a la tierra, Ponchos rojos, Abia Yala lamentablemente caen en frases o casi eslóganes de una hermandad cándida e irrelevante.

Y como muchos de los grupos folklóricos actuales, el dúo también resbala en el romanticismo empalagoso y soporífero, con textos prescindibles que resumen su intención en el propio título: La flecha del amor, Por algo de amor y Niña de mis ojos.

Y cabe reiterar que el problema no es el canto a la tierra y al amor, sino la ligereza y el banalismo con que se abordan estas temáticas.

Kala Marka está en carretera desde mediados de la década de los años 80 con una docena de discos de gran aceptación en el país como en muchos del exterior; recordemos que el grupo ha tenido por mucho tiempo a Francia como cuartel general y quizá por ello su propuesta no deja de incluir ganchos para públicos internacionales que consumen la música boliviana en bloque con todo aquello que viene del continente; de ahí que se ha recurrido con frecuencia a sanjuanitos ecuatorianos, como a otros ritmos de países vecinos, pero el dúo siempre encuentra su mayor logro en lo propio, donde la expansión electrónica aporta con grandes posibilidades a las atmósferas andinas; el tema que cierra el disco 5520 en los Andes es prueba de ello y es sin duda lo mejor de este nuevo trabajo, un “motivo aymara“ que lamentablemente es la excepción ante el resto de canciones desplegadas en tinkus, tobas, caporal, sicuri, taquirari, etc. Kala Marka sale airoso de todos ellos con sólidas interpretaciones, pero el problema radica en que tanto el dúo, como gran parte de los grupos folklóricos actuales, ha limitado la creación musical a motivos de baile y jolgorio.

En esta búsqueda por el éxito bailable de la temporada, nuestro folklore ha dejado de ser exigente musicalmente y cada vez se oyen menos virtuosos del charango, de la quena y la zampoña (pero, eso sí, hay mejores bailarines), cada vez hay menos búsqueda y menos propuesta musical. A ello se añaden las débiles melodías con resoluciones tan simples y previsibles que a los pocos compases de la canción no se espera ya ningún cambio y mucho menos una sorpresa.

Debo añadir en esta reflexión que la imagen o más bien el vestuario parece también prioritario del quehacer musical. Mirando las revistas televisivas matinales, da la impresión de que los grupos folklóricos primero diseñan el uniforme y la coreografía y luego las canciones a interpretar.

La crítica no viene por descalificar o anular estos recursos, sino por remarcar que paradójicamente lo musical cada vez parece menos prioritario para quienes se enfundan precisamente instrumentos musicales.

Kala Marka, si bien tiene su propio sello y un éxito incuestionable, desafortunadamente no es parte de la excepción sino de una peligrosa regla de facilismo, por la cual nuestra música sigue estancada desde hace décadas en la fugacidad y en la intrascendencia.

En la búsqueda por el éxito bailable de la temporada, nuestro folklore ha dejado de ser exigente musicalmente y cada vez se oyen menos virtuosos del charango, de la quena y la zampoña...

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