lunes, 13 de febrero de 2012

Spinetta El músico argentino murió víctima de cáncer. Quedan para siempre sus canciones.

Luis Alberto Spinetta, el músico argentino que murió el miércoles a sus 62 años, fue algo que es a la vez muy simple y muy complejo: un creador de buenas canciones.

No hay ningún misterio en ello. Una verdadera canción, de esas que se recuerdan siempre, es algo muy simple, algo que parece que ya estaba ahí, que uno mismo tocado por la gracia pudo haber escrito. Pero al mismo tiempo, la escucha de una verdadera canción es compulsiva, se la escucha una y otra vez. Es así porque siempre queda algo no dicho, siempre hay algo más por lo que vale la pena volver.

Frente a ese hecho esencial, que Luis Alberto Spinetta haya sido el “padre del rock argentino” o “un mito” de varias generaciones, como lo calificaron con cómoda unanimidad los periódicos. ¿Qué es ser padre? ¿Qué es ser mito? Y más álgido aún, ¿qué es el rock argentino?

Spinetta compuso, tocó y grabó canciones a lo largo de más de 40 años. Combinó sonidos y palabras con extraordinario talento: con lirismo, con emoción, con inteligencia, con originalidad. Y con misterio, con un misterio que no se agota. Con un misterio indomable. Y si esas canciones se inscriben o se etiquetan en el ámbito del rock (tan amplio, tan difuso y tan maleable) es por una sola razón: es la música de su (de nuestra) época.

“La música”, dijo alguna vez conversando con estudiantes, “se parece más a un animal que al hombre. Es como si la música fuera una medusa o una mariposa. Tiene una animalidad, una cosa indomable. Por más que le escribamos o le combinemos lo que sea, siempre abarca mucho más. Y por otro lado despierta sentimientos que no están regidos por ningún rencor”.

Fue un músico prolífico (su discografía se acerca a los 40 títulos), pero fue prolífico por fidelidad a esa “cosa indomable” y no por los imperativos del mundo del espectáculo.

Su talento para la canción —poder decir o adelantarse a lo que está en el aire— se mostró desde el inicio. En 1967, tenía 17 años, formó su primer grupo, Almendra, con el que grabó algunas canciones que hasta hoy se puede escuchar sin rubor: Muchacha (ojos de papel), Para saber cómo es la soledad o mejor aún El hielo en la ciudad.

Después de esa temprana experiencia Spinetta fue siempre Spinetta, una fuerte individualidad que supo rodearse de los músicos que necesitaba para hacer lo que quería hacer. Con Pescado Rabioso —en el mismo nombre del grupo ya se proclama su afición surrealista— grabó un par de discos que marcan muy bien su desplazamiento musical y lírico a ámbitos más densos y exigentes, y que preparan el camino para la que es acaso su aventura más radical y memorable: Artaud. Este disco, publicado en 1973, está atravesado por el aura del surrealista francés y de todos los “suicidados por la sociedad”, inclu- yendo a Vincent Van Gogh, que es la inspiración de la canción Cantata de puentes amarillos.

Luego vino Invisible —otro enmascaramiento colectivo de Spinetta— y discos perfectos como El jardín de los presentes. De ahí en adelante la historia es larga: los grupos Jade —con el que coqueteó con música más instrumental y asomos de jazz— y Los socios del desierto, y los muchos discos que sólo tiene el sello de Spinetta: Kamikaze o Téster de violencia, has- ta los últimos: Para los árboles, Pan o Una mañana. Hay para elegir. Cada cual puede trazar su propia antología, cada cual puede escribir su propia genealogía. Cada cual puede decir que Alma de diamante es la canción con la que se lo puede nombrar hoy.

Spinetta, por lo demás, tuvo la virtud de ser un excéntrico, no por raro sino por saber mantenerse fuera del centro. Esto es algo especialmente difícil en una cultura de masas proclive a la mitomanía. Hay un gusto atávico por someterse a dioses precarios. El culto a Maradona o a Charlie García lo dicen todo. Frente a ello, Spinetta se mantuvo en alerta: estaba muy ocupado haciendo lo suyo: canciones. Pero, inevitablemente, le llegó la fama., la “infame fama”. “Es una bendición que la gente te diga que te quiere”, dijo en una oportunidad, pero soy mucho más feliz en casa escuchando a Bill Evans o cocinando...”. Es verdad, hay muchas formas de estar feliz y triste al mismo tiempo. Como escuchar hoy mientras llueve a Spinetta.

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