domingo, 12 de septiembre de 2010

Los caminos del riff, a propósito de Scorpions

Del rock de los 70´s quedan grabadas en la memoria canciones y actitudes, frases hechas de palabras y frases hechas de alturas, melodías, riffs. Quedan en la memoria también los diseños gráficos de los discos de vinil, grandes, con detalles que invitaron con un dejo de ingenuidad, al misterio.

De aquellos años queda la sensación de un monopolio mesomusical en manos de los ingleses. Monopolio que fue capitalizado luego por la industria norteamericana para devolver al mercado una actitud contestaria en forma de jean prelavado, preenvejecido, preroto. Quizás de todo lo que se escuchó, de todos los nombres que circularon por las juventudes sean bandas inglesas las que se instalan en la memoria. De ahí que una banda alemana sea inusual. Hasta parece que no todos saben que Scorpions proviene de Alemania. De Hannover. Que su primer disco fue pensado para la banda sonora de una película. Que varios músicos pasaron por la banda. Que empezaron el año 1969. Su debut es un disco poco valorado, contiene elementos de blues y algo de jazz. En el disco se destaca sobretodo el guitarrista Michael Schenker, que dejó la banda después del disco.

No dejaron de producir haciendo casi un disco por año desde 1974 hasta el Eye to eye de 1999, considerado dentro de sus últimos “trabajos menores”

En esta banda de Hard Rock comercial (que es una forma extraña de actitud “rockera”, rebelde por definición) se destaca la intensidad vocal, las densidades texturales en las guitarras y, formalmente, baladas con estribillo que asegure el éxito. Con el ingreso a la conformación de Matthias Jabs el sonido del grupo jerarquizó el aspecto melódico y consiguió con este giro posicionarse en el mercado norteamericano, sueño de estrellas en proceso de estrellarse.

Así la banda consiguió navegar en la corriente del mercado norteamericano sobretodo a partir del éxito de Blackout.

En nuestro caso es difícil saber cuántos seguidores tiene Scorpions y cuánto pudo haber tocado a músicos para sus quehaceres sonoros. No es precisamente un grupo cuyo trabajo haya estado girando alrededor de las aventuras del lenguaje. Se mueve más bien dentro de fórmulas convencionales que apuntaron a modelos eficientes para el mercado. Y no es malo ni mucho menos.

Se puede pensar que el más poderoso agente de cambio para la contracultura es la música, tanto en lo personal subjetivo como en la conciencia colectiva. La música logra, en el ámbito mesomusical, ser un factor de encuentro generacional y en caso de los 70, haber sido el canalizador de una actitud rebelde, en y por la música. Así un concierto fue una especie de ceremonia ritual en la que se afirmaban rasgos de identidad colectiva y encuentros con el yo profundo. Woodstock es el mejor ejemplo de este vértigo que se agranda en la persona y en el colectivo.

Un concierto ahora, distanciado en tiempo y en pensamiento de aquellos años y sus entornos, resulta más parecido a un encuentro con la nostalgia.

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